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sábado, 12 de mayo de 2012

Raimundo Ongaro nos recuerda el secuestro de su hijo en Los Polvorines

Alfredo Máximo Ongaro, asesinado
por las patotas de la AAA
APCS-MA por Jorge P. Colmán. La historia de lucha del movimiento obrero tiene a uno de sus más grandes exponentes en Malvinas Argentinas: Raimundo Ongaro.

Su resistencia contra la dictadura fue enérgica y ante la claudicación de una parte del movimiento obrero formo la legendaria CGT de los Argentinos. Junto con Agustín Tosco  protagonizaron las luchas más épicas de la historia de los trabajadores argentinos.

Pero muy pocos vecinos de Malvinas Argentinas conocen los hechos que lo llevaron al exilio y mucho menos lo sucedido en su casa de Los Polvorines. La persecución, la pérdida de un hijo, la carcel y el exilio son comentados en este reportaje. Reproducirlo tiene que ver con recordar y homenajear en vida a un hito de nuestra historia. 

Reportaje (*)

"...Fue el 7 de mayo de 1975, mientras me encontraba (Preso) una vez más a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Que sería el último de mis arrestos. Entonces se iba a producir un hecho muy desgraciado para mi familia, aunque yo no lo iba a conocer ese día. El 8 de mayo, la jornada siguiente, incomunicado en un calabozo de Villa Devoto, solo y aislado en una celda de 1,40 por 2,30 en un camastro, estaba escuchando el informativo de Radio Colonia, la voz del periodista Ariel Delgado; faltaba cinco minutos para las 14, hora en que terminaba y me disponía a apagar la radio pensando “bueno, esto es lo de todos los días”, cuando escuché que mi hijo, Alfredo Máximo había sido asesinado a balazos y su cuerpo encontrado en un lugar del Gran Buenos Aires.

Allí replanteé rápidamente, fueron unos segundos, mi decisión de quedarme en una cárcel, de no salir del país con mi familia, ese de no haberle dicho a mis compañeros y compañeras sindicalistas,activistas, trabajadores militantes que podía irme del país y ser más útil a la causa por la que luchábamos. Aquel día comprendí que estar en la cárcel no servía para nada, si uno no podía utilizar la palabra, la comunicación con la gente, estar presente en una huelga, en una manifestación, en una asamblea, en un plenario o junto a los compañeros o los hermanos que estaban en una olla popular. Es otro mito, me dije, eso de creer que estar en la cárcel sirve para algo, porque yo no puedo defender a mi hijo; porque si hubiera estado en libetad, me hubieran matado a mí, y no a él.

Después de este hecho, las radios y los diarios anunciaron inmediatamente que mi hijo mayor, Raimundo, había sido esposado en el centro de Buenos Aires y gracias a la ayuda de un centenar de transeúntes pudo escapar de la policía Lopezreguista y recibió la protección de una congregación religiosa que lo albergó hasta que pudo salir del país.

Veiticuatro horas después, al más joven de mis hijos, Miguel Angel, lo vienen a buscar a esta casa de Los Polvorines y a la de su novia y no lo hallan. Conozco después –por medio de las visitas que llegan a la cárcel de parte de personas que trasmiten su solidaridad por estos hechos vandálicos- que el sector dominado por el Ministro de Bienestar Social, José López Rega, había dictado una orden de exterminio contra mi familia. Durante una reunión de esa logia criminal se había llegado a la conclusión que era mejor matar a la familia del sindicalista Raimundo Ongaro que asesinarlo a él mismo. Este es un método nazi que se dirige a afectar en primer lugar a la familia. Porque en seguida surge el razonamiento “si no hubiera estado en política, es esas actividades sindicales, tal vez nuestro hijo estaría vivo, los otros no estarían amenazados y no tendríamos esta persecución. Contaríamos con la seguridad que todos los días, el hijo y el padre y el hermano y la novia y la madre y la abuela volverían a casa por la noche”. Ese sistema golpea primero a la familia, pero después sobre el núcleo de trabajadores, de militantes políticos de activistas sindicales, en un partido, en una asociación cultural. En estos medios, genera la siguiente reflexión: “si lo mataron al hijo de aquel dirigente, ¿qué no nos pasará a nosotros, a quienes nadie conoce, la prensa jamás puso una foto, los diarios nunca dijeron que vivimos en tal lado e hicimos tal cosa o la otra?” Por lo tanto, el método busca desmoralizar en parte a un conjunto de la militancia y de los seguidores que han participado en una actividad reivindicativa o de emancipación social de los trabajadores y de un pueblo.

Fue en ese momento que comprendía que no servía de nada estar en una cárcel, atado de pies y manos, viviendo el peor de los exilios. Por tanto, decidí pedir la opción constitucional para salir del país.

La entonces presidenta María Estela Martínez de Perón no la firmó, siendo su deber hacerlo. No solo no lo hizo, sino que lo ignoró totalmente y tuve que recurrir a través de mis abogados al Poder Judicial, hasta que un digno juez le ordenó al Poder Ejecutivo que yo pudiera salir.

Antes de salir, el director de la cárcel tuvo que tomar muchas precauciones. Setenta y dos horas antes de que me pusieran en un avión rumbo a la capital del Perú, durante la noche apareció en el penal de Villa Devoto una caravana de automóviles, supuestamente pertenecientes a la Policía Federal, reclamando por mí para llevarme a Ezeiza, en nombre de una comisaría determinada. El director de la cárcel, por sentido humano ante lo que había sucedido con mi familia, tuvo la sospecha que pudieran no ser de la Policía Federal y sí parapoliciales o paramilitares. Llamó a esa comisaría y le dijeron que de ahí no había salido ningún auto, por lo que no dejó que me sacaran. Esa noche, no me caben dudas, me hubieran matado también a mí. Tras ese hecho, entonces sí llegó la Policía Federal, me pusieron en un avión y fui deportado.

Había sido el último arrestado a disposición del Poder Ejecutivo Nacional por decreto del 9 de diciembre de 1974, resolución 1810, firmado por María Estela Martínez de Perón, en un momento de auge en el poder del Ministro Jopé López Rega. Transcurrido más de medio año, el 29 de agosto de 1975 fui colocado en un avión con rumbo aLima: En ese momento me acompañaron algunas personas próximas a mi trabajo en el gremio gráfico. Mi esposa y todos mis hijos habían salido unos días antes.

En ese tema del exilio hay un aspecto que tiene mucha importancia y pocas veces se lo menciona: la causa, el origen por el que uno se marcha a otro país. El exilio –que siempre existió en la tierra, como la vida y la muerte, y ya se lo conoce desde los tiempos mitológicos, aquel de las narraciones primitivas en forma de cuentos, invenciones o sucesos fabulados- y tiene que ser analizado muy bien y distinguirse entre lo que es una salida forzada por cuestiones económicas, sociales o culturales, y ese otro exilio, que bajo la denominación de opción para salir del país no es nada más que la forma moderna con que el derecho encubre la deportación, que ya existía como ley, con el número 4144, en la Argentina a principios de este siglo para ser aplicada fundamentalmente a sindicalistas y trabajadores que protagonizaron huelgas y manifestaciones de protesta memorales en las primeras décadas. Mi caso –como el de centenares o tal vez miles de argentinos y argentinas- no fue una salida del país en busca de nuevos horizontes económicos, culturales, científicos o para poder trabajar con mayor libertad o tomar distancia de los miedos y del terror –lo que me parece totalmente justificable.

Nosotros salimos como deportados, fuimos puestos en un avión, con nuestras manos esposadas, y llevados a otra nación donde tuvimos que buscar la manera de encontrar lo más elemental para la subsistencia humana. Esto ha dejado en nosotros una herida más que se agrega a otras: es la incomprensión de una parte de nuestros compatriotas, fruto de la manipulación de los medios de comunicación social, del terror que creció bajo la dictadura, de los miedos que quedaron en los que permanecieron en el país –con valentía algunos, otros porque no tenían otra posibilidad que la de seguir en la Argentina-. Después de volver hemos escuchado frases muy duras, como esas de la escritora Marta Lynch que dice “nosotros nos quedamos acá, otros en cambio se fueron”. Esto me hace pensar que no se ha explicado suficientemente todavía que hay gente que fue expulsada del país.

En la etapa de la dictadura militar, en la predictadura anterior al 24 de marzo de 1976 y aún en otros períodos de nuestra historia que datan de los albores dela independencia nacional, hubo exilios, algunos muy conocidos, otros menos. Es el caso del General San Martín que ni siquiera pudo regresar a la patria (cuando quiso desembarcar lo esperaban con las calificaciones más despectivas y las groseras, aunque luego se reivindicó su memoria). También el General Juan Domingo Perón que no se fue porque quiso interrumpir su mandato de presidente constitucional en 1955, sino porque lo obligaron y no puedo retornar hasta 18 años después. Ha pasado en la Argentina algo así como que por turno, rotativamente, todos hemos sido exiliados, si se mira que en cada una de las ideas estaba también la persecución a una ideología, a una posición intelectual, cultural o social determinada.

Esa herida de la incomprensión me duele todavía mucho. Hay gente que dice “si se fueron, por algo será, ojalá no vuelvan nunca más”. Tiempo atrás hubo un acto en el estadio Luna Park, de Buenos Aires, y ahí se celebró un cántico que expresaba “los desaparecidos/que no aparezcan nunca más”. Proyectando a otros terrenos lo que sucedió durante la dictadura militar y en su preludio, agregarían: “los que se fueron, ojalá que no vuelvan nunca más”.

El problema de los exiliados no ha sido tratado a fondo. Diría que es importante que este turno de los que lo protagonizaron los últimos 10, 20 o 30 años difundieron las causas de los exilios, si es que se quiere evitar que vuelva a suceder en el futuro ese nunca más, que hay que aplicarlo a muchos aspectos de la vida nacional. De lo contrario, esa antinomia que existe entre los que por un motivo u otro se quedaron y los que por una razón u otra se tuvieron que ir, produce una fractura en el campo popular, una disociación en la compenetración de esfuerzos. De cooperación y de solidaridad de los que por ninguna causa deben estar desunidos.

Hace poco en unas asambleas que hubo en mi gremio (la Federación Gráfica Bonaerense), en la Federación Argentina de Box alguna gente en actitud provocadora –seguramente instigados por minorías involucionistas, por los nostálgicos de la dictadura- hablaron con ironía de “los que se fueron a Europa a tomar sol, a la doce vita, a pasea, a hacer turismo”.

No he dejado de ver tampoco algunas revistas que se dicen representativas de sectores nacionales y populares que se muestran muy despectivas en esto mismo aludiendo al valor que tuvieron los que permanecieron en el país y la cobardía de los que se fueron.

No quisiera nunca que el caso de mi exilio le sucediera a ningún argentino. Tampoco que los exilios de los últimos tiempos y los que hubo en la Argentina se volvieran a repetir.

Llegué al Perú en los últimos momentos del presidente Velazco Alvarado, que se había instalado en 1968. El gobierno me recibió como si fuera el mejor de los peruanos. Puso a mi disposición todo lo que quisiera solicitar. Por supuesto, no pedí nada, no acepté custodia policial ni otras facilidades que me quisieron otorgar los miembros del gabinete, y entre ellos, el Ministro de Relaciones Exteriores, general Miguel Angel de la Flor Valle; uno de los comandantes delas fuerzas armadas, el general Fernández y otra gente que colaboraba con la experiencia peruanista.

Algunos argentinos, que habíamos analizado el proceso en el año 68, lo mirábamos con simpatía y así lo escribimos en el diario de la CGT de los Argentinos. Por algún medio eso se conoció en el Peró y creo que a causa de los que demostrábamos hacia ese movimiento por la defensa de los patrimonios nacionales, por la revolución agraria que había devuelto a los campesinos y a los indígenas las tierras de las que eran legítimamente dueños, etc. Fuimos recibidos con cordialidad por el gobierno y el pueblo del Perú. Estando preso enVilla Devoto tuve oportunidad de comprobar que algunos escritores, periodistas argentinos y peruanos habían mandado informaciones hablando de la posibilidad de mi asesinato, por envenenamiento u otro sistema. Y eso generó una mayor solidaridad y generosidad de la gente de ese país.

Inmediatamente que llegué me puse a denunciar por todos los medios de comunicación posibles –en todas las instituciones sindicales y políticas con las que logré contactarme, con representantes de otros países, sin excluir embajadas- la escalada terrorista que se producía en la Argentina, particularmentela de la Triple A y los grupos Lopezreguistas, dando algunas precisiones más sobre quienes componían estos sectores. Organizados además a través de la comunicación que pude crear con sindicalistas y políticos en la Argentina llamaba a generar un Frente de Liberación Nacional que para diciembre de 1976 –fecha en que estaban previstas las elecciones- pudieran suplantar con eficacia el desgobierno total de la ex presidente María Estela Martínez de Perón, quien era legalmente Jefa de Estado, pero legítimamente había dejado de ser presidente porque no cumplía el programa votado el 11 de marzo de 1973.

En el Perú estuve siete u ocho meses. Al llegar enero de 1976, realicé mi primera gira europea tras esta salida de la Argentina. Había hecho otros viajes al exterior, particularmente a Madrid, donde había visitado al General Peón en el período que va de 1966 hasta 1972. En la época de la Federación Gráfica Bonaerense y de la CGT de los Argentinos, de manera muy especial, mantuve contacto permanente, ya fuera en la misma Madrid o a otros países adonde él me pidió que fuera (Italia, Francia y particularmente los países árabes donde iba a reclamar solidaridad y expresar la coincidencias que tenía el movimiento peronista con algunos de esos países del Tercer Mundo.

En 1976, volví a Europa, visité todos los países y llegué de nuevo a las naciones árabes. En ese periplo, seguí con las denuncias en todos los medios de difusión, radios, diarios, televisión, grandes conferencias, en universidades, en conversaciones con partidos políticos, sindicatos, actos públicos.

En Europa fui uno de los primeros en hacer advertencias serias y muy graves sobre que la chispa neocorporativa y golpista, que una vez había sometido a España y luego había incendiado a Europa, estaba por darse en la Argentina por lo que apelábamos a la solidaridad, a la comprensión y la cooperación de esas naciones porque vislumbraba ese mismo proceso para la Argentina. En cada una de las reuniones, de las declaraciones, de mis contactos con autoridades y dirigentes de partidos políticos, de la iglesia acompañaba estas denuncias de muchas referencias y detalles, de señalamiento concreto de noticias diarias, donde se comentaban las muertes, los asesinatos, los secuestros y las torturas y las presiones que se daban en la Argentina.

Ya en diciembre de 1975 se había dado el alzamiento del brigadier Capellini y yo señalaba que así como en junio de 1955 un primer levantamiento contra el gobierno constitucional había fallado, el segundo en septiembre del mismo año, les resultó. Ese intento de diciembre, decía, había fallado pero seguramente detrás vendría otro y ese segundo tal vez no fracasase, porque para ser exitosa la confabulación debía tener grupo militaresy civiles, incluso políticos que parecían ser insospechados dejaban las puertas abiertas al alzamiento contra la democracia.

Esa gira recorriendo Europa fue muy importante para mí; no conozco a otro argentino que haya salido a alertar de la forma en que yo lo hice. Y lo realicé con tanta vehemencia que algunas revistas, diarios –y otros medios de comunicación como la RAI en Italia y casi todo el periodismo de Holanda y Bélgica- me preguntaban a veces si mi actitud de denuncia de una posibilidad golpista y del significado de los grupos parapoliciales y la Triple A, no era tal vez un apasionamiento y una vehemencia or lo que me había sucedido en lo personal y en mi familia. Les advertí que no y quiero señalar que si bien algunos sectores de la opinión pública europea, de su clase política y sindical, prestó atención a mis palabras (en algunos casos hubo una receptividad bastante amplia, tratando de analizar en profundidad si eso coincidía con el ritmo de los acontecimientos en la Argentina), en general Europa no se movilizó para evitar el golpe de marzo de 1976, aún de la manera indirecta de trasmitir solidaridad dentro de las formas de las razones de estado y la no ingerencia en cuestiones internas de otros países.

El día de la instauración de la dictadura, el 24 de marzo de 1976, estaba de regreso en Lima. En Perú, la situación de los exiliados –unos forzosos, otros por razones de prevención y seguridad física ante las amenazas que recibían de las organizaciones represivas clandestinas- comenzaba a cambiar y algunos se plantearon que ya no era seguro permanecer en ese país. En ese momento ya no estaba más el presidente Velazco Alvarado –que se recluyó en su finca de Chaclacayo, a 40 kilómetrso de la capital- y se advertían algunos movimientos que iban a modificar totalmente los que había sido aquélla reforma propicia por la denominada Revolución Peruana. Las fuerzas armadas tomaban actitudes que nos hacían visualizar que había alguna relación con la nueva situación que se daba en la Argentina y pocos mese s después se tornó totalmente insegura. Se producían detenciones, allanamientos, generalmente a cargo de la policía local. Hubo casos dramáticos con detenciones de varios días. Yo tuve que intervenir por algunos argentinos y argentinas detenidos bajo acusaciones de ciencia ficción sobre participación en hechos desestabilizadores de la sociedad peruana, y con un poco de esfuerzo logré sus libertades. Ellos comprendieron que una segunda o tercera detención podía ser muy delicada: fue cuando empezamos a ver que desde la Argentina comenzaba a ramificarse una red –tal vez no muy incipiente, aunque entonces sí más notoria- de comunicaciones entre los servicios de inteligencia de las distintas fuerzas armadas. Con Chile, Uruguay y Paraguay, lógicamente, pero también entrando en un país que para nosotros había sido una especie de garantía y de antítesis de lo que se estaba produciendo en la Argentina.

(*) http://www.cgtargentinos.org/documentos4.htm

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